Vísteme despacio, que tengo prisa

Vivimos en un mundo en el que prima la prisa. Un ritmo frenético lo devora todo y se erige como el súmmum en la jerarquía de valores a la hora de trabajar. Lo bueno, si rápido, mejor. Sin embargo, a veces la limitación que imponen los plazos no solo no es un valor añadido, sino un obstáculo que nos impide desarrollar nuestro pleno potencial y que hace que las mejores aportaciones se queden en el tintero. Por no hablar de la imposibilidad fáctica, en ocasiones, de realizar un trabajo dentro de un período determinado con principio y final. Hay cosas que no se pueden acelerar, que son pura física. Aunque tuviéramos que realizar una tarea mecánica, en la que únicamente se tratara de apretar un botón (como teclear de forma automática), levantar el dedo, bajarlo, pulsar, levantar, redirigir y repetir el proceso conlleva un tiempo, tiempo que se puede acelerar pero que exige un mínimo, absolutamente necesario, para realizar de forma real una acción. Entonces, ¿qué ocurre cuando en algún proceso interviene el factor creativo?

La creación de cualquier índole sigue unos procesos cognitivos. Las circunstancias del momento, la inspiración o el cansancio, entre otros, influyen en el ritmo al que funciona nuestro cerebro, son partícipes de que todo fluya mejor o se estanque. Son precisamente estos factores, los que, en ocasiones, se escapan a nuestro control. Es por eso que, en casos en los que una traducción requiere un esfuerzo especialmente creativo (como suele ser el caso de textos divulgativos, comerciales, de marketing, literarios y todos aquellos que exigen una atención y trabajo mayores para conseguir el efecto deseado en un público que se encuentra dentro de otro contexto cultural y con un bagaje histórico, humorístico y emocional propio), el imponer un límite de plazo para el trabajo en base a una estimación poco realista propicia que se realicen trabajos de poca calidad, en los que ese toque de fluidez nativa, de giros culturales, de soluciones imaginativas, se suprime por completo. Se han llevado a cabo numerosos estudios y pruebas que demuestran lo que se puede conseguir simplemente dando cierto margen al creador, algunos muy visuales y sencillos de entender. Tal y como se deduce del vídeo anterior, cuanto menor es el tiempo del que se dispone para dejar volar la imaginación, más planos y literales son los resultados que se obtienen en una traducción y es que los traductores somos creadores. ¿Habéis pensado, por ejemplo, a qué se enfrenta un profesional del sector cuando tiene que traducir un poema?

Dejar tiempo para que las ideas maduren y germinen no quiere decir malgastar el tiempo, el quid de la cuestión es que, como decía Gregorio Marañón, «la rapidez, que es una virtud, engendra un vicio, que es la prisa». Hay técnicas que nos permiten aumentar nuestra eficiencia y productividad, ya que se trata de habilidades que se pueden desarrollar, pero es necesario tener en cuenta el tiempo y la dedicación que requiere un trabajo. Necesitamos poner en la balanza el equilibrio perfecto para obtener la calidad de producto que deseemos. Al fin y al cabo, en la mayoría de estos casos estamos vendiendo una imagen y, muchas veces, sacrificar el tiempo repercute en la calidad del resultado, algo que afecta a la imagen que se ofrece al público objetivo. Las palabras en el mundo de la divulgación crean un lenguaje de marca, una imagen corporativa, una identidad y una reputación y ya no se trata solo de situarnos dentro de una franja delicadamente seleccionada, sino de generar confianza en las personas que dedican su tiempo a prestarnos atención, si no, estamos perdidos. Y las palabras son esenciales a la hora de crear este vínculo. Aquí viene que ni pintado otra cita célebre, en este caso de Thomas Mann, «No hay que hacer deprisa lo que es para siempre» (aunque en la vorágine de redes sociales e inmediatez de información tendamos a pensar que la permanencia de la información es efímera).

Para el traductor resulta útil por un lado trabajar la productividad y la eficiencia, para aprovechar las horas que dedique a trabajar de forma que aumente al máximo el volumen que puede realizar y sea capaz de aceptar encargos de gran envergadura, así como, por otro, plantearse ir más allá especializándose en las materias que más creatividad requieren para destacar por su calidad (aunque no siempre sea una cosa consecuencia de la otra) y conseguir de este modo la mejor relación calidad/tiempo. Por otra parte, para las personas que necesitan una traducción que se va a presentar de forma externa y que en muchas ocasiones sirve de carta de presentación y ventana abierta a su negocio o empresa, sería interesante valorar la importancia y premura que desean para sus contenidos y si les prima más el tiempo o el efecto que puedan llegar a conseguir. En este aspecto siempre es de utilidad para ambas partes el tener una base con instrucciones claras y una comunicación abierta al diálogo que facilita mucho el no tener que volver atrás y ayuda a no incurrir en tiempos innecesarios.

Finalmente, podemos comparar la traducción un poco con la cocina, y es que, para que algunos platos tengan un aspecto (la forma) y un sabor (el contenido) exquisitos que lo hagan atractivo no podemos escatimar el tiempo de los procesos. Ahora bien, si lo que tenemos es mucha prisa por servir en mesa, tendremos que cocinar algo de fast food.

En Zesauro intentamos siempre aunar las necesidades del cliente en cuanto a plazos con una calidad óptima y darle a esos textos que requieren de un giro especial el toque de autor en la lengua destino que plasma el original.

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