Según el último estudio del sector de la traducción, nuestro oficio vive un momento dulce, con un gran crecimiento. Sin embargo, a nadie se le escapa que esta percepción es un poco tramposa, o cuanto menos inflada por las cifras de los gigantes tecnológicos cuyo parte de su negocio está relacionado con la traducción, la interpretación y, sobre todo, la IA y la posedición.
El panorama es claro: podemos traducir montañas de texto al instante gracias a la IA. Sin embargo, la traducción automática es la comida basura del sector: sirve para sacarte del apuro, pero cuando llega la hora de la calidad necesitas al chef humano.
¿Qué prefieres especialización o automatización? Tú decides.
Encargos generalistas: velocidad y volumen
La traducción automática procesa textos a velocidades inalcanzables para los humanos y maneja grandes volúmenes sin esfuerzo. Esto recorta plazos de semanas a días.
Además, estas herramientas son muy económicas o gratuitas, si lo comparamos con los servicios de un/a traductor/a humano/a. En la práctica funcionan bien con contenidos rutinarios (manuales básicos, blogs genéricos, etc.), donde la prioridad es la cantidad.
Encargos especializados: calidad y precisión
Sin embargo, en trabajos especializados, el contexto y la precisión cuentan.
La traducción humana implica una comprensión profunda de las sutilezas lingüísticas, connotaciones culturales y el contexto específico. Un traductor profesional capta tono, humor e intención del autor, algo que una IA suele pasar por alto. Por ejemplo, en videojuegos es fundamental adaptar chistes y expresiones para que el jugador viva la misma experiencia; la máquina normalmente no logra ese efecto.
En sectores regulados (sanidad, jurídico, financiero) la precisión es vital. En farmacéutica, el más mínimo error puede tener consecuencias devastadoras, así que un texto aprobado al pie de la letra es obligatorio. La IA ni comprende las regulaciones locales, ¿cómo vas a poner en sus manos textos tan delicados? En contratos o documentos legales, un fallo puede costar un juicio. En estos casos el encargo siempre recae en traductores especializados. ¿Te la jugarías con la IA?
¿Dónde la traducción automatizada es una metedura de pata?
Vaya por delante que, en materia de traducción e interpretación, todas las áreas deberían incluir, como mínimo, una revisión humana de manera obligatoria. Pero es que hay ciertos sectores donde hacer uno de la IA, a día de hoy, es complejo e incluso peligroso. Aquí van algunos ejemplos:
- Videojuegos: traducir juegos es un trabajo creativo: cada broma o diálogo épico requiere delicadeza lingüística. Los jugadores notan enseguida si algo suena mal. Por eso las empresas confían en traductores gamers que conservan el espíritu original del juego.
 - Farmacéutica/sanidad: en prospectos médicos o protocolos clínicos no hay margen para errores. Un término equivocado puede cambiar una dosis o contraindicación; además, cada país tiene su regulación propia. Un traductor experto sabe adaptarse a esas normas.
 - Legal: contratos, informes… Son documentos con lenguaje técnico y consecuencias reales. Un fallo puede costar millones o juicios perdidos. Ni un solo error se perdona, por eso aquí la máquina sola no basta.
 
Conclusión: el valor humano
En resumen, la automatización puede funcionar como herramienta que nos saque de un apuro, pero el trabajo bien hecho siempre lleva un sello humano. La tecnología puede procesar datos y ahorrar tiempo, pero el sentido, la sutileza y la precisión del texto final dependen de nosotros. Al final, un texto que conecta con la gente es más que una simple conversión de palabras; lleva años de experiencia y cultura que ninguna máquina puede sustituir (de momento).
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