La traducción literaria es un campo al que muchos traductores aspiran, pero que pronto desechan por la complicada tarea que supone, hoy en día, acceder al mercado laboral.
Con un consumo cultural en franco retroceso y un acceso cada vez más caro a las obras literarias y audiovisuales, las editoriales tienden a trabajar solo con traductores de confianza y experiencia reconocida, apostando por obras solventes económicamente y arriesgando menos, lo que hace muy difícil para los nuevos traductores el hacerse un hueco en este sector tan competitivo.
Sin embargo, no hay que sucumbir a la desesperación ni dejarse vencer por el pesimismo. La traducción literaria no solo es una traducción especializada por derecho propio, sino una punta de lanza para la difusión de la cultura universal.
Una labor necesaria
Valoraba Yolanda Morató, en su artículo para La Linterna del Traductor, “la capacidad [de los traductores literarios] de convertirse en agentes de su propio conocimiento de la cultura de la lengua extranjera desde la que traducen”.
Lo cierto es que grandes obras maestras de la literatura han llegado a nuestros ávidos ojos de lector, gracias al empecinamiento de un traductor o traductora por acercarlas un poco más a nuestra comprensión, en una tarea que no siempre es fácil, pero cuyo resultado es en ocasiones magistral y producto de largas jornadas de investigación y difícil toma de decisiones (caso especialmente recordado es el de la brillante traducción de mockingjay por sinsajo en la saga “Los juegos del hambre”, de la mano de la traductora Pilar Ramírez).
Sin estos adalides del conocimiento, que muchas veces eran escritores que, bien por encargo, bien por amor a la obra ajena, o simplemente en un intento por vencer un bloqueo creativo, han traducido maravillosas obras de autores extranjeros que de otro modo jamás hubiésemos podido disfrutar sin conocimientos de inglés, ruso o japonés.
Por ello, una de las maneras que tienen los traductores de acceder a este oficio suele ser el acudir a una agencia literaria y hacer una propuesta de traducción de una obra en idioma extranjero.
En estos casos, es importante tener muy en cuenta que hacer una propuesta de traducción es expresar el amor por este oficio y por la obra: no basta con enviar un extracto traducido, hay que conocer la obra, saber venderla y no solo demostrar gran experiencia en el campo de la traducción, sino igual pasión por la lectura. Solo así se consigue llamar la atención de las editoriales, que en el fondo solo quieren descubrir buenas obras.
Curiosamente, a la hora de traducir una obra literaria tiene mayor importancia conocer el idioma meta que el original, pues, más que ser fiel a las palabras, hay que ser fiel al sentimiento que pretenden transmitir. Muchos son los ejemplos de grandes traducciones llevadas a cabo por personas que no dominaban el idioma, o que directamente lo desconocían por completo. Simon Leys, en su artículo de Letras Libres, relata que Lin Shu (1852 – 1924): “sin conocer una sola palabra de ninguna lengua extranjera, tradujo casi doscientas novelas europeas, y este vasto cuerpo de ficción extranjera contribuyó poderosamente a la transformación del horizonte intelectual de China al final del Imperio”.
Un trabajo entre las sombras
Por desgracia, a la dificultad de acceso al sector y la baja remuneración respecto a otros campos de la traducción, debemos añadir otra piedra en el camino, que afecta sobre todo a nuestro propio orgullo: un traductor literario debe ser invisible.
Una buena traducción literaria es aquella en la que los lectores tienen la sensación en todo momento de estar ante la obra original porque, al igual que pasa con los guionistas en el mundo audiovisual, si se notan las costuras, el resultado final puede acabar deshilachado.
El problema de este manto de invisibilidad con el que los traductores literarios se ven obligados a cubrirse, es que les impide obtener el reconocimiento que merecen.
Los otros autores
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