La inteligencia artificial está últimamente en boca de todo el mundo, y no siempre por buenos motivos. Nadie duda de que se están produciendo avances inéditos y significativos en el desarrollo de esta tecnología, que abren la puerta a un sinfín de posibilidades. Sin embargo, también han despertado el temor a que impliquen la desaparición de muchísimos oficios, especialmente en sectores relacionados con algo tan humano como la creatividad.
En el ámbito de la traducción llevamos ya un tiempo «peleando» contra las máquinas, en forma de traducciones automáticas, asistidas o chatbots. ¿Pero llegará un día en el que los ordenadores sustituya al oficio de los traductores? ¿Se convertirá el «androide/español» en un nuevo par de idiomas a estudiar en la carrera?
El principio del fin
En 2017, el mundo se despertó con una intrigante noticia, mucho antes de pandemias globales, guerras y volcanes: durante unos experimentos en la unidad de investigación de inteligencia artificial de Facebook, las dos «entidades» a las que estaban enseñando procesos de negociación, Alice y Bob, comenzaron a comunicarse de una manera muy diferente a como los habían programado. Los investigadores, que no comprendían exactamente lo que Alice y Bob se estaban diciendo, optaron por desconectarlos.
En realidad, esto no era más que la enésima interpretación sensacionalista de la prensa, ante un proceso experimental rutinario que no se molestaron en comprender. De hecho, un caso parecido al de Facebook ha ocurrido recientemente con DALL·E, que ha generado una especie de lenguaje intermedio al que traduce los comandos humanos, antes de mostrar el resultado final. Pero no empieces a hacer acopio de víveres en tu búnker personal: ni las máquinas están confabulando para aniquilar a la raza humana, ni estamos a las puertas de la Singularidad. Sin embargo, al menos estas noticias han servido para abrir un debate muy interesante sobre los límites de la inteligencia artificial y la comunicación.
En pocos años, la capacidad de la inteligencia artificial para interpretar la realidad e incluso para crear realidades nuevas ha avanzado de manera vertiginosa. La aparición de Midjourney, DALL·E 2 o ChatGPT, por ejemplo, nos han hecho cuestionarnos hasta dónde puede llegar esta tecnología.
Como es lógico, muchos han puesto el grito en el cielo. ¿Qué pasará con los diseñadores gráficos o los artistas cuando una máquina pueda hacer lo mismo que ellos con una simple cadena de comandos y de manera mucho más rápida y barata? ¿Es justo que las máquinas aprendan a costa de «robar» el trabajo de seres humanos sin ningún tipo de reconocimiento a cambio?
Sin entrar en el espinoso mundo de los derechos de autor y de los plagios, lo cierto es que esta tecnología ha avanzado mucho más rápido que la legislación que debería regularla. Esto abre un importante cisma respecto a las amenazas potenciales que afectan a creadores y autores humanos; aquella idea de que la inteligencia artificial solo —o, al menos, sobre todo— afectaría a trabajos mecánicos y cadenas de montaje, ha quedado en entredicho.
La traducción y la interpretación, no solo son oficios autorales —pese a quien le pese—, sino que, además, son actividades profundamente humanas, por lo que este tipo de desarrollo tecnológico les afecta por partida doble. ¿Pueden las máquinas dominar todos los idiomas e incluso crear idiomas nuevos? ¿Hasta qué punto suponen una amenaza para el oficio?
La inteligencia artificial contra la traducción humana
Está claro que las máquinas cada vez son más precisas traduciendo textos a diferentes idiomas. La mejora de los sistemas neuronales de aprendizaje y la capacidad de procesar cantidades masivas de información permiten una exactitud inimaginable hace tan solo un puñado de años. De hecho, bien utilizadas, la inteligencia artificial y la traducción automática pueden suponer herramientas muy prácticas para los propios traductores, al ahorrarles mucho tiempo y esfuerzo en su trabajo.
El problema es que muchas veces se quiere correr antes de aprender a gatear. Hoy en día, esta tecnología aún está lejos de sustituir el trabajo humano por completo, por mucho que algunos se empeñen en acabar tirando de ella para reducir el presupuesto y, con ello, la calidad del trabajo final, en muchas ocasiones. ¿Pero por qué la inteligencia artificial aún no puede realizar traducciones al nivel de los seres humanos?
Como ya hemos dicho, la velocidad de procesamiento de las máquinas es algo contra lo que no podemos competir y las redes neuronales hacen que el argumento del contexto también haya quedado obsoleto; llevamos tanto tiempo alimentando a la inteligencia artificial con toda la información de la que disponemos, que ya es capaz de deducir significados de palabras y frases en función de su contexto, al menos, hasta cierto punto. Y este «cierto punto», que hace que el trabajo de los traductores sea —de momento— insustituible por el de una máquina, no es otro que el sentido común.
Debemos de tener en cuenta que la inteligencia artificial todavía es incapaz de reconocer algo que no se le haya enseñado previamente. Esto, que podría parecer una perogrullada, es una de las cosas que aun la diferencia de nosotros. Toda su supuesta inteligencia está basada en el procesamiento de datos, parámetros y órdenes que hemos introducido, a partir de los cuales puede inferir otros, pero de manera limitada. Conceptos más abstractos como el humor, la ironía o las metáforas se les siguen resistiendo, ya que no solo dependen del contexto o la lógica, sino que puede implicar asociaciones complejas de varios órdenes de magnitud. Y todo esto lo aprendemos los seres humanos en nuestras primeras etapas de desarrollo, pero continúa evolucionando a través del aprendizaje y de las experiencias personales, a lo largo de toda nuestra vida. Las IA, por el contrario, basan su capacidad de extraer y procesar los datos, en una serie de etiquetas de clasificación que le hemos dado previamente.
El significado concreto de una frase puede tener que ver con las intenciones del interlocutor, con su estado de ánimo o con su bagaje cultural, y el que un traductor o traductora opte por una acepción determinada, no depende solo de su experiencia y sus conocimientos, sino de algo tan humano como empatía: su capacidad de ponerse en el lugar de quien escribió ese texto determinado para plasmar de manera fehaciente no solo lo que dijo, sino lo que quiso decir.
Solo cuando desarrollen la capacidad de generar sus propias etiquetas de clasificación de manera autónoma, solo cuando sean capaces de diferenciar matices en las palabras que van más allá de sus propios significados mediante la empatía, entonces las inteligencias artificiales podrán realizar una traducción perfecta, ajustada al contexto y al sentido común. Pero, claro, cuando eso pase, la traducción será lo que menos nos preocupe, ¿verdad?
No sabemos si este artículo te habrá servido para perderle el miedo a las nuevas tecnologías o, por el contrario, ahora empieces a mirar con recelo hasta a la tostadora, pero esperamos que, al menos, lo hayas disfrutado.
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