Preparar un documento para traducción (I): el texto fuente

Traducir un texto es un proceso complejo que abarca muchas capas más allá de la mera conversión del mismo al idioma meta. No solo hay que tener en cuenta lo que se dice, sino cómo y con qué intención se dice. Y si hablamos de localización, a eso debemos añadirle su propia ubicación en el espacio.

Para evitar sustos innecesarios y complicaciones futuras, conviene realizar un trabajo conjunto de preparación, tanto a la hora de redactar el texto original, como durante el trabajo de traducción, anticipándonos a la diferente idiosincrasia de cada idioma y texto al que nos enfrentemos.

En esta primera parte te enseñaremos cómo redactar un texto para sacarle el máximo potencial a su futura traducción. ¿Empezamos?

Una buena traducción comienza en el texto fuente

Saber adaptar adecuadamente el mensaje desde un idioma de origen a un idioma meta es responsabilidad del traductor o traductora. Esto es particularmente importante cuando hablamos de transcreación, textos publicitarios o traducción literaria, por ejemplo, en los que el componente creativo tiene un peso mayor y debemos tener muy en cuenta las características específicas del público objetivo.

No obstante, si existe una buena comunicación con el cliente, y el texto fuente se redacta teniendo en cuenta su posterior traducción, se facilitará la labor de los traductores y el resultado será mucho más satisfactorio y efectivo. Recuerda: un texto compatible con la traducción siempre ahorrará tiempo y dinero al cliente, y muchos quebraderos de cabeza al traductor/a.

Para conseguirlo, es importante tener en cuenta las siguientes pautas.

El orden y la estructura son fundamentales

A la hora de enfrentarse a una traducción, muchas veces el traductor/a se encuentra con un texto sin formato ni estructura, lo que dificulta seguir el hilo de lo que se pretende transmitir. Separar el texto en bloques o secciones manejables hará que el contenido quede mucho más claro y podrá adaptarse con mayor eficacia en la traducción.

Por otro lado, y aunque cueste creerlo, los traductores no son videntes. A pesar de tener un ojo entrenado para captar y diseccionar los conceptos más importantes de un texto, todos los comentarios explicativos y documentación adicional que pueda facilitar el cliente serán bien recibidos. Definir qué términos son particularmente importantes, cuáles deben dejarse sin traducir, e incluso subrayarlos dentro del texto original hará que el traductor esté alerta para respetar al máximo la intencionalidad y contenido del mismo.

Si además se necesita disponer del texto original y la traducción dentro del mismo documento, será conveniente maquetarlo en consecuencia separándolo en dos columnas, una para la fuente y otra para el texto traducido.

Hazlo sencillo

Todos albergamos un Shakespeare en nuestro interior, pero no siempre es necesario que salga a la palestra: textos descriptivos, manuales de instrucciones, libros de texto o material publicitario serán más fáciles de seguir y, por ende, más sencillos de traducir, si empleamos frases cortas y terminología lo más directa posible, centrándonos en una idea cada vez.

Evidentemente aquí entrará el juego tanto el tipo de texto sobre el que estemos trabajando, como el propio sentido común; la idea es alcanzar un equilibrio entre El Quijote de Cervantes y la receta del arroz a la cubana.

Otro factor importante es evitar el empleo excesivo de la voz pasiva, ya que contribuye a la construcción de frases más complejas, que no siempre tienen una fácil traducción a otros idiomas.

Ten en cuenta a quién le hablas

Tanto el cliente como el traductor/a deben tener muy claro a quién va dirigido el texto a traducir.

Puede parecer de sentido común, pero es habitual encontrar textos con referencias o expresiones muy locales que luego serán complicadas de traducir sin perder parte de su significado o sentido. Por lo tanto, es recomendable evitar los localismos y las referencias culturales para facilitar la labor de traducción.

Lo mismo ocurre con ciertas expresiones humorísticas o sarcásticas, que no siempre se comprenden cuando se extrapolan a un determinado idioma.

Por último, es arriesgado utilizar un lenguaje excesivamente familiar, una jerga particular o modismos que no tengan una equivalencia exacta en el idioma meta.

Estos son solo algunos consejos que conviene aplicar por parte del cliente para optimizar el texto y facilitar el proceso de traducción, pero esa es solo la mitad de la ecuación.

En la próxima entrada de nuestro blog compartiremos algunos consejos para que los traductores puedan enfrentarse a un documento para traducir con las mejores herramientas posibles. ¡Te esperamos!

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