Censura y traducción

¿Existe censura en la traducción?

Múltiples momentos de la historia han sido testigos del poder de la traducción como herramienta para modificar la percepción de la realidad. Ya fuese por ideologías políticas, sentimientos religiosos o puritanismo, lo cierto es que la traducción ha servido para adaptar, matizar o incluso tergiversar completamente el mensaje original.

Pero, ¿cómo funciona y cuáles son sus motivos históricos? ¿Sigue existiendo en la actualidad?

¡Te lo contamos a continuación!

La censura es una vieja conocida de la traducción

Tendemos a asociar, no sin razón, la censura con regímenes autoritarios o dictaduras. Sin embargo, las motivaciones para la modificación de obras originales, especialmente en el proceso de traducción, pueden ser muy diversas.

Ya en la antigüedad se apelaba a la corrección o adaptación a la idiosincrasia cultural o religiosa, locales para fusilar las obras originales y amoldarlas a las corrientes de pensamiento imperantes en la época. Una buena muestra fue la de Juan Felipe Mey y Gales, que ya en 1586 tradujo Las metamorfosis de Ovidio realizando modificaciones de enorme calado, apelando «al respeto de la honestidad o de nuestra religión». Lo cierto es que los cambios eran tan profundos, que, a través de la cristianización de los personajes llegaban a modificar el sentido filosófico y religioso de la obra.

En otras ocasiones, las motivaciones pueden ser meramente pudorosas, buscando no herir las sensibilidades de una determinada sociedad o época, o tan soberbias como las de asumir que la lengua de origen no es lo suficientemente rica o hermosa a ojos del traductor. Ejemplo de esto último fue la traducción más que libre del Rubaiyat de Omar Jayam por parte de Edward FitzGerald, que llegó a hacerse más conocida que el propio original, al que le arrebataba gran parte de su misticismo.

Pero no tenemos que irnos tan atrás en el tiempo para encontrarnos con auténticos despropósitos relacionados con la modificación de obras originales buscando motivaciones ideológicas. Durante la dictadura franquista existía toda una Junta Superior de Censura Cinematográfica con un control absoluto sobre textos, diálogos o sonidos de cualquier obra literaria o cinematográfica que se publicase en nuestro país. Innumerables obras fueron cercenadas o dobladas a voluntad para suprimir cualquier atisbo de disidencia.

Pero no solo se apelaba a motivos políticos para sacar a pasear la tijera; cualquier referencia sexual, que atentase contra los sentimientos religiosos o que apelase a comportamientos poco decorosos pasaban por el filtro censor. Esto llegó incluso a producir casos tan surrealistas como el de Mogambo, película de 1953 dirigida por John Ford, en la que, para evitar hablar de adulterio, la censura franquista convirtió al matrimonio compuesto por Grace Kelly y Donald Sinden en una pareja de hermanos. Los censores no contaban con que, gracias a los nuevos cambios, se evitaba el adulterio entre el personaje de Kelly y el de Clark Gable, sí, pero se convertía la propia relación de Kelly y Sinden en un incesto.

Cartel de la película «Mogambo».

¿Cuáles son los motivos de la censura en la traducción?

Según Luis Pegenaute en su artículo «Traducción, censura y propaganda» de 1996, «Todas las reescrituras suponen una forma de manipulación. La obra original es convenientemente adaptada siguiendo unos determinados intereses.»

Siendo la literatura y el cine productos sociales como son, no quedan exentos de su mediatización con fines propagandísticos. Si el autor o autora rara vez trabajan desvinculados completamente de su entorno, mucho menos lo harán los traductores, que deben tener en cuenta el contexto sociopolítico, tanto de la obra original, como del momento en el que se traduce.

Para Pegenaute, la censura dentro de la traducción se puede producir a tres niveles:

  1. Según la elección de las obras que se deciden traducir. En el caso de la aplicación de la censura por parte de una determinada corriente de pensamiento imperante, suele tenderse a traducir obras afines a dicha corriente de pensamiento, o bien obras inocuas que carezcan de connotación política, religiosa o social alguna. Por ello, tras procesos revolucionarios, alzamientos militares o golpes de estado, suele ser habitual la publicación de originales o traducciones de obras ligeras, amorosas, detectivescas o de terror que sirvan como mero divertimento, pero que «no hagan pensar» demasiado.
  2. Dentro del propio proceso de la traducción, ya sea mediante la intervención externa de organismos censores, la presión de las editoriales o por un proceso de autocensura por parte del traductor o traductora. En ocasiones, llegan a eliminarse párrafos completos de la obra original, o se modifica su significado a tal nivel, que las frases dejan de tener sentido alguno.
  3. A través de la recepción del producto final, mediante la prohibición o secuestro de las obras ya traducidas.

Hoy en día, es menos común que los estados ejerzan esa presión de manera tan clara por motivos políticos. Sin embargo, no dejan de estar presentes ejemplos de modificaciones en el lenguaje, o el discurso de ciertas obras condicionadas por sistemas de control relacionados con la religión, la sexualidad o la violencia dentro de las obras de ficción.

El miedo a la «cancelación» y el rechazo del público han hecho que la presión termine recayendo sobre los propios autores y traductores. Muchas veces, por ese miedo, suavizan su lenguaje o evitan hablar de ciertos temas con el fin de pasar los cortes de calificaciones por edad, o determinados horarios de emisión especialmente sensibles para la protección del menor.

Hasta tal punto llega el temor al juicio público, que incluso existe una aplicación llamada Clean Reader, que te permite sustituir cualquier término o expresión malsonante por su versión edulcorada. Como te podrás imaginar, ha sido objeto de mucha controversia.

¿Puede la traducción como reescritura contribuir a modificar el entorno cultural?

Como ya hemos apuntado, la modificación de una determinada obra a través de su traducción puede ser una herramienta ideológica muy poderosa. Los lectores o espectadores a menudo carecen de la referencia original o de los conocimientos suficientes para acceder a ella y entender la profundidad de las modificaciones, y esto puede tener una importante repercusión.

Tanto es así, que dichas modificaciones pueden llegar incluso a producir conflictos dentro de una misma corriente de pensamiento. Durante la década de los 50, los movimientos feministas que se estaban desarrollando a uno y otro lado del charco tuvieron una visión muy diferente de las palabras de Simone de Beauvoir. ¿Y quién fue el culpable? Pues la traducción misógina y sesgada que Howard Parshley realizó en 1953 de «Le deuxième sexe», uno de los ensayos feministas más influyentes de la historia.

En otras ocasiones, la intención propagandística puede ir más allá. En 1973, en pleno auge de la fiebre por las películas de artes marciales provenientes de Asia, René Viénet dirigió «¿Puede la dialéctica romper ladrillos?» (La dialectique peut-elle casser des briques?, en el original). La película contaba la fábula de un proletariado oprimido que luchaba contra un estado opresor al puro estilo comunista, pero todo ello ambientado en una aldea China y plagada de combates de Kung-Fu. Lo que en realidad hizo Viénet, fue doblar por completo al francés la película «The Crush» dirigida por Tu Guangqi un año antes, dándole un significado a los diálogos y a la trama radicalmente distinto a la obra original. Y no solo eso, sino que, además, se molestó en incluir un subtitulado en inglés para trascender las fronteras del país galo.

Lejos de ser un ejercicio meramente lúdico, este método de interferencia cultural conocido como «détournement» buscaba el claro objetivo político de llegar a los activistas estudiantiles que se habían sentido traicionados por el Partido Comunista de Francia, a raíz de su posición pro soviética durante las revueltas de mayo del 68.

Otro ejemplo más actual ha sido la reciente modificación del final de la película «El club de la lucha» (David Fincher, 1999) por parte del gobierno chino. Sin ponerse ni colorados, los censores del gigante asiático decidieron que el final, en el que los personajes interpretados por Edward Norton y Helena Bonham Carter contemplaban la destrucción de un importante centro de negocios cogidos de la mano, no casaba con sus ideales. Así, optaron por eliminarlo directamente y sustituirlo por una cartela en fondo negro que rezaba:

«A través de la pista proporcionada por Tyler, la policía descubrió rápidamente todo el plan y arrestó a todos los criminales, evitando con éxito que la bomba explotase.

Después del juicio, Tyler fue enviado a manicomio para recibir tratamiento psicológico.»

Con este final manipulado no solo conseguían que al final ganase la policía y ridiculizar a su protagonista, sino que desprendían a la obra de todo el mensaje reivindicativo y anticapitalista que pretendía transmitir.

En la publicación «Traducción y censura. Modalidades» escrita por Mario Grande en 2014, se habla de cómo la propia Aminata Traoré, activista por los derechos humanos y exministra de Bali, llegó a acuñar el término «violación del imaginario». Con él se refería al fenómeno colonial cuya resultante es «la imagen de uno y de su lugar en el mundo construida conforme a deseos y discursos ajenos, aplicada desde hace siglos mediante la traducción autoritaria de toponimia y panteón allí donde llegaban los conquistadores europeos».

Como vemos, es enorme la responsabilidad que recae en el trabajo de traducción de determinadas obras. Por lo tanto, es fundamental no solo ponerlas en valor, sino garantizar su independencia a todos los niveles, con el fin de realizar un trabajo lo más profesional posible, y fiel a la obra original.

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