Cuando viajé a Alemania por primera vez me pareció una gran idea comprar un libro en alemán. Me considero una “book-eater”: puedo consumir, devorar y disfrutar de la lectura. La verdad es que, en aquel momento, no estaba muy familiarizada con los autores alemanes de moda o cuya obra era un acierto seguro. Por eso, decidí hacer algo que muchos considerarían un sacrilegio. Compré un libro en alemán de un autor español, es decir, compré una traducción. Se trataba de un libro de José Luis Sampedro, Der Gesang der Sirene, que en España se publicó con el título de La vieja Sirena.
Digo que muchos lo considerarían un sacrilegio porque, ante la posibilidad de escoger entre un original y una traducción, todavía queda mucha gente que piensa que únicamente en un original se pueden disfrutar las mieles y profundidades de un escrito. Como traductora, no puedo estar de acuerdo con que la única forma de acceder a lo que vierte un autor en su obra se consiga a través del original. Como profesionales, nos formamos para ser capaces de crear obras complejas, de trasvasar continente y contenido, de ser fieles al mensaje, de dotar a la obra final de la misma intención, impacto y sensibilidad que tenía en su idioma y cultura primigenios y, lo más importante, de conseguir pasar desapercibidos.
La labor del traductor puede afinarse en muchas ocasiones siempre que, durante el proceso de traducción y en la medida de lo posible, el autor se implique. Tenemos el caso de Umberto Eco que, siempre que sus conocimientos lingüísticos se lo permiten, se preocupa de leer la traducción de sus obras.
Es recomendable mantener una mente abierta respecto a la fidelidad y calidad de una traducción, aunque exista la desafortunada tendencia de los legos de solo reseñarla en caso de encontrar puntos negativos, lo cual ocurre en otros sectores de la traducción, no solamente en el literario.
Cabe destacar, sin embargo, las felicitaciones que recibió Edith Grossman, autora de “Why Translation matters”, de los propios autores a los que ha traducido, ya que, según ellos mismos expresaban, había conseguido ir más allá con lo que ellos inicialmente habían querido expresar sin llegar si quiera a saber cómo.
También hay que ser conscientes de que es difícil establecer un baremo personal de calidad en la comparativa de un original con su traducción, ya que para ello es necesario acceder tanto al pleno conocimiento de ambas lenguas como de sus culturas.
Otra forma de medir el éxito de una traducción es su consumo comercial. Este baremo no se basa en la calidad, sino en los resultados. Es obvio que muchas veces las traducciones consiguen vender tanto o más que su propia obra matriz. Se trataría en este caso de un término cuantificable y medible.
No olvidemos la repercusión interlingüística de las novelas decimonónicas francesas, de las obras filosóficas alemanas, de la literatura contemporánea japonesa, de los premios Nobel de literatura, pasando por la misma Biblia, entre otros. Best-sellers, clásicos, etc.; son todos claros ejemplos de la repercusión comercial de las traducciones. Un ejemplo concreto es la obra de James Joyce; su traducción al chino ha triunfado entre los lectores, de hecho, Finnegans Wake alcanzó el puesto número 2 en la lista de los más vendidos, con más de 8.000 ventas en el primer mes. Por otra parte, el Dublin Literary Award contó entre sus candidatos de 2012 con 42 obras que eran traducciones. Fue Eduardo Mendoza, español, quien ganó el Prix du Livre Européen de 2013 con su novela Riña de gatos y, dado que es un premio a nivel europeo, se puede llegar fácilmente a la conclusión de que no todos los miembros del jurado leerían la obra en su idioma original. Y es que, tal y como se dice, “translation is the language of Europe”.
Es cierto que si atendemos a las cifras, parece ser que el mercado de las traducciones editoriales que se producen del inglés a otros idiomas tiene una mayor cuota de mercado, que cuando se trata de traducir a la lengua de Shakespeare. Esto es así porque el catálogo de trabajos originales en inglés es ya de por sí lo suficientemente extenso y se limita mucho la entrada de traducciones. Para que sirva de orientación, leíamos en un estudio que mencionaba que mientras que las traducciones del inglés acaparaban un 20% del mercado literario en lengua italiana, solo un 2% del catálogo en inglés procedía de traducciones de originales italianos. No obstante, no hay que perder de vista que para que estas cifras sean representativas de las traducciones que llegan al inglés habría que sumar las que proceden del resto de idiomas y ver su peso porcentual sobre el grueso de las publicaciones.
Decía en una entrevista Harry Rowohlt, autor y traductor al alemán de autores de renombre como Borroughs y Hemingway, que algunas traducciones le gustaban más incluso que el original, y viceversa. Se atrevía a mencionar nada más y nada menos que la traducción que hacía Carl Weissner de Charles Bukowski era una traducción de inglés a “traducción”.
Nosotros, en Zesauro, apreciamos el trabajo y esfuerzo que conlleva la creación de una obra y vamos más allá: no solo decimos que nos gustan más algunas traducciones sino que afirmamos NOS GUSTAN LAS TRADUCCIONES.