Con los rescoldos de la infame posedición de «El juego del calamar» aún humeantes, una nueva polémica azota al mundo de la traducción, esta vez no desde un gigante del sector audiovisual y un más que dudoso subtitulado, sino de una agencia de traducción sevillana y sus traducciones DIY. ¿Cómo te quedas?
¿Qué es exactamente lo que ha pasado?
Hace algunas semanas saltaba la chispa en Twitter —aunque ya sabemos que esta querida red social necesita poco para «arder»— cuando una agencia de traducción anunció una «novedosa y exclusiva aplicación» que te permitía obtener tu traducción rápidamente y a mitad de precio.
¿Cómo era esto posible? ¿Quizás era una combinación de androides con IA superavanzada y traductores superdotados venidos del futuro?
Pues no, la respuesta era mucho más sencilla a la par que precaria: dejaba en manos del cliente el montarse su propia traducción, como quien acude a YouTube a mirar un tutorial de cómo hacer un trasbordador espacial con rollos de servilleta y papel maché. Traducciones DIY en toda regla, vamos.
Como se observa en las capturas de pantalla de la publicación —que posteriormente fue borrada de la red social—, lo único que tiene que hacer el cliente es rellenar los campos que se soliciten con todos los datos tal y como aparecen en el documento, y se le devolverá el mismo firmado y sellado por un traductor jurado a cambio de un módico precio.
Como era de esperar, la noticia no tardó en correr como la pólvora en el gremio, y asociaciones como APTIJ se apresuraron a poner los puntos sobre las íes a través de un comunicado en la misma red social.
Pero, ¿por qué tanto revuelo?
En esta era del gran «hágalo usted mismo», a menudo se nos olvida que ese eslogan incompleto debería venir acompañado en algunas ocasiones de un «…a costa de calidad profesional y de puestos de trabajo».
La gente se ha acostumbrado a cobrar y embolsar su propia compra en la caja del supermercado, a montar sus propios muebles o a servirnos su comida en el bufé libre de turno por ahorrarse unos euros. No es voluntad de este artículo discutir la necesidad de que trabajos mecánicos como estos sigan llevándose a cabo por humanos cuando las máquinas pueden hacerlo por nosotros. Ese es un debate que implicaría abrir melones importantes como la aplicación de una renta básica universal o el cambio integral del modelo económico, en los que no se nos ocurriría meternos a las puertas de la Navidad.
Sin embargo, el caso que nos ocupa va más allá del mero hecho de descargar en el cliente parte del trabajo con este modelo de traducciones DIY para ahorrar costes, ya que se ofrece, a través de este modelo, un servicio de traducciones juradas de documentos oficiales.
Como bien apunta la Asociación Profesional de Traductores e Intérpretes Judiciales y Jurados en su tuit, las traducciones juradas deben ser siempre realizadas por un traductor jurado con título otorgado por el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación cumpliendo con los requisitos de la Orden AEC/2125/2014, de 6 de noviembre. Esto es así porque cualquier traducción jurada implica que el traductor o traductora que la sella certifica, con carácter legal, que el texto se corresponde exactamente con la traducción al idioma meta del texto original. La cuestión es que, normalmente, este suele formar parte de documentos oficiales, jurídicos, sanitarios, educativos y, en general, textos en los que cualquier fallo, error o modificación puede implicar importantes repercusiones legales.
Un gran poder conlleva una gran responsabilidad
Dado el carácter altamente sensible de su labor, los traductores jurados deben someterse a un examen oficial que certifique sus aptitudes y les permita ejercer su función. Dejar en manos del cliente una labor tan delicada, como si de un mueble de IKEA se tratase, supone una banalización y un desprestigio del propio oficio de traductor y puede acarrear graves consecuencias.
Cualquier traducción requiere tiempo y experiencia, máxime cuando hablamos de traducciones juradas. No traducir adecuadamente la terminología jurídica y los conceptos complejos habituales en este tipo de textos, no solo repercute en la calidad, sino que puede tener implicaciones legales que recaerán, en último término, en el traductor o traductora que estampe su sello en la traducción.
Estas traducciones DIY implican una mala práctica y una falta de responsabilidad que contribuye a deteriorar la imagen de un oficio ya bastante castigado por el intrusismo laboral, y siembra la peligrosa idea de que «esto lo puede hacer cualquiera con un diccionario». Para lo único que sirven casos como el que nos ocupa, es para confirmar esa manida frase que dice que lo barato, al final, termina saliendo muy caro.
Así que ya lo sabes, la próxima vez que te encuentres con una oferta jugosa que te prometa traducciones milagro a muy bajo precio, hazte la siguiente pregunta: ¿de verdad merece la pena pagar por hacer la mitad del trabajo?
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