En nuestros últimos artículos os hablábamos de la importancia de la creatividad en el sector de la transcreación, o de la terminología y las memorias de traducción a la hora de hacer frente a traducciones especializadas.
Hoy pondremos ambos conceptos frente a frente para tratar de responder a una pregunta recurrente: ¿qué es más importante en una traducción, la coherencia terminológica, o la riqueza léxica y gramatical?
¿SINONIMIA O COHERENCIA?
Así, a priori, esta pregunta tiene una respuesta rápida, a la par que compleja: como todo en esta vida, depende del contexto en el que la formulemos.
Traducir es transmitir el sentido de un mensaje lo más fielmente posible al receptor y, cuando hablamos de idiomas diferentes, eso no siempre es sencillo. Por eso a los traductores se les presupone unas dotes creativas inherentes y necesarias para resolver las múltiples encrucijadas lingüísticas que le acechan en el camino.
Lidiar con dobles sentidos, dichos, y expresiones populares a la hora de traducir un texto literario, por ejemplo, puede incrementar exponencialmente el consumo de café e ibuprofeno. No obstante, uno de los factores al que apelamos en ámbitos como la literatura o la publicidad es al de los sentimientos y las emociones, lo que nos permite cierta flexibilidad cuando encaramos determinadas traducciones; prima más la sensación que queremos transmitir, que las palabras exactas que utilizamos para ello.
Caso diferente es el de los textos científicos y técnicos. Como bien definen desde Intertext en su artículo sobre traducción técnica, el lenguaje científico y el lenguaje técnico difieren en cuanto al ámbito de aplicación, a quién va dirigido o el registro a utilizar.
Sin embargo, al margen de las diferencias, los lenguajes utilizados en el ámbito académico o en los manuales técnicos tienen puntos de encuentro que los definen:
- Uso de un léxico especializado.
- Utilización de neologismos y terminología técnica “heredada” de otros idiomas.
- Coherencia terminológica y precisión estructural.
A la hora de enfrentarnos a un texto especializado, es fundamental comprender su contexto para evitar ambivalencias a la hora de utilizar uno u otro término, por ejemplo. Para ello es necesaria una preparación previa, que implica un trabajo de documentación y conocimiento de la materia a traducir; la terminología, e incluso el estilo a aplicar, diferirá dependiendo del público objetivo o del ámbito de publicación.
Para conseguir esta coherencia terminológica existen múltiple herramientas que nos pueden hacer la vida más fácil: utilizar memorias de traducción, consultar las referencias terminológicas proporcionadas por los diversos organismos reguladores (como AENOR o ISO) para evitar alternancia de términos con el mismo significado, o elaborar “listas negras” de términos a evitar en determinados textos (bien por ámbito de aplicación, bien por preferencias del cliente), que podremos luego aplicar con programas como Wordfast u OpenOffice.
ALGO PASA CON GOOGLE
Una mención aparte merecen los textos dirigidos a su publicación en internet, ya que deben ser sometidos al temido yugo del SEO y el posicionamiento en buscadores como el omnipresente Google.
Tradicionalmente, la construcción de contenido dirigido a páginas web resultaba un tanto artificioso, debido a la necesidad de incluir ciertas palabras clave dentro del texto, en una determinada proporción. Esto obligaba, muchas veces, a utilizar el “calzador gramatical”, algunas veces con peregrinos resultados.
Si la traducción de textos es ya de por sí un proceso complejo y laborioso, cuando encima debemos aplicar los criterios de posicionamiento web, además de las herramientas inherentes a la traducción (como ocurre en sectores como el de la localización), la labor puede convertirse en una travesía por el desierto.
Por suerte, el lenguaje informático ha ido evolucionando y los nuevos algoritmos son capaces de analizar el contenido con mayor eficacia, no solo en cuanto a la posición y proporción de palabras aisladas, sino respecto al significado y el sentido de dichas palabras, y a su relación semántica con el resto del texto.
Hablamos, por supuesto, de la Indexación Semántica Latente, que no es otra cosa, que la herramienta que utilizan buscadores como Google para ver “más allá de las palabras”. Es decir, gracias a este tipo de análisis informático, los buscadores son capaces de examinar un contenido y determinar la relación semántica existente entre ciertas palabras, relacionándolas con el tema del que trata el texto.
Esto permite, entre otras cosas, determinar el posicionamiento web de un contenido en base a las relaciones que se pueden establecer entre diferentes campos semánticos, y el reconocimiento de abreviaturas, sinónimos o diferentes conjugaciones verbales.
Se acabó la obligación de ceñirnos a una palabra clave definida previamente para redactar un determinado contenido.
Por lo tanto, la ISL es un puente entre la creatividad y la coherencia semántica: por un lado es capaz de reconocer terminología especializada relacionada con un determinado campo del conocimiento (haciendo que su correcta utilización favorezca un mejor posicionamiento web) y, por otro lado, permite la redacción de textos más naturales y extensos, acercándolos a un lenguaje más rico y, a la vez, más humano.
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